Nicola Mariani


Animar el mito para deformar la realidad 



El mito, decía Roland Barthes, no esconde nada, y no declara nada; simplemente deforma. No es “ni una mentira ni una confesión”, es simplemente una “inflexión”. 1 El mito, de hecho, no se descubre: solo se cree. La palabra del mito es una palabra rotundamente explícita, ya que es una palabra “naturalizada”, que no necesita conocer los hechos ciertos de la historia ni sintonizarse con las verdades de la ciencia. La del mito es una palabra autosuficiente: un palabra que no dice, sino que es. Sobre la certeza de la narración del mito se fundan la esencia de las identidades colectivas y la construcción ideal y concreta de las instituciones sociales y culturales. Sobre la permanencia granítica del mito se erigen los valores duraderos, los temas ancestrales y las formas arquetípicas de esa actividad humana que llamamos representación simbólica. Cómo diría Albert Camus, “se representa en mitos”. 2 Durante siglos el “mythos”, el discurso que no requiere ni prevé una prueba, ha sido contrapuesto al “lógos”, el discurso que se funda en la argumentación racional. En distintas épocas y en distintos contextos, este dualismo recurrente entre el pensamiento mítico y el pensamiento lógico ha sido objeto de estudios, disputas y hasta enfrentamientos. Mitos antiguos han sobrevivido hasta nuestros días y mitos nuevos han nacido a lo largo del tiempo (creemos, hoy en día, en mitos contemporáneos, que han configurado nuevas mitologías postmodernas con sus propios héroes, dioses, conflictos y lugares imaginarios). El mito siempre conforma una realidad propia, inactual y anacrónica, que vive dentro de un tiempo propio; un tiempo lejano, suspendido y persistente, dilatado e inagotable y, precisamente por ello, añorado con cierta nostalgia latente. Como escribe el filósofo italiano Umberto Galimberti, “los mitos son ideas que nos poseen y nos gobiernan con recursos que no son lógicos, sino psicológicos, y por lo tanto están arraigados en lo profundo de nuestra alma”. 3 1 Roland Barthes, Miti d’oggi [Mythologies], Einaudi, Torino, 1974. 2 Albert Camus, El mito de Sísifo, Alianza editorial, Madrid, 2015. 3 Umberto Galimberti, I miti del nostro tempo, Feltrinelli, Milano, 2015, traducción al español mía. 2 En las obras de arte, que son básicamente ideas y sensaciones traducidas en formas, siempre ha estado presente una relación, profunda e ineludible, entre el pensamiento mítico y el pensamiento lógico. Dicha relación se ha resuelto ora en una confluencia apasionada, ora en una tensión dialéctica, que se ha convertido en ocasiones en una polémica belicosa entre el “pasadismo” y el “modernismo”. ¿Cómo no recordar, en este sentido, las declaraciones programáticas del Manifiesto Futurista de Filippo Tommaso Marinetti, publicado por “Le Figaro” de París el 20 de febrero de 1909? En la declaración número cuatro, Marinetti escribe: “Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso... un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia”. La relación ambigua, y extraordinariamente prolífica, entre la circularidad del mito y la linealidad del pensamiento racional (entre lo ideal y lo real, lo sacro y lo profano, la contemplación extática y la especulación cuantitativa) alcanza un punto de equilibrio inigualable en la pintura del Quattrocento italiano, y se convierte en una glorificación programática en la pintura, la escultura y la arquitectura renacentista. Grandes innovaciones, como la investigación en los campos de la perspectiva y las proporciones, el nuevo concepto del retrato como reproducción fiel del individuo y el comienzo de la pintura paisajística, se unen a una inquietud naturalista basada en la observación objetiva y la medición racional de la realidad. Todo ello se enmarca en un clima general, cultural y filosófico, de vuelta a la Antigüedad, a la que se mira, esencialmente, como a una fuente inagotable de recursos temáticos e iconográficos. La tradición mitológica y alegórica del mundo antiguo acaba siendo así un repositorio ideal de imágenes y conceptos del que tomar inspiración a manos llenas. En este sentido, no podemos dejar de recordar la icónica pintura Nacimiento de Venus (1484, temple sobre lienzo) de Sandro Botticelli, actualmente conservada en la Galleria degi Uffizi de Florencia. Citando otra vez a Camus, “los mitos están hechos para que la imaginación los anime”. 4 No es causalidad, de hecho, que a lo largo de los siglos prácticamente todos los 4 Albert Camus, Ibídem. 3 movimientos y vanguardias artísticas se hayan enfrentado, con buenas o malas intenciones, a la mitología clásica; ora reinterpretando ora deconstruyendo sus historias y sus símbolos. Decenas de artistas se han inspirado, en diferentes épocas y a partir de distintas premisas estéticas y planteamientos estilísticos, en los cuentos míticos, en sus personajes y tópicos. Solo a modo de ejemplo podemos recordar aquí algunas obras realizadas por algunos de los artistas más representativos del siglo XX, como la escultura Venus de Milo con cajones (1936, yeso pintado con tiradores metálicos y pompones de visón) de Salvador Dalí, actualmente conservada en The Art Insitute of Chicago; la escultura Victoria de Samotracia S 9 (1962, resina sintética, piedra, metal y pigmento) de Yves Klein, que forma parte de la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) de Madrid; la instalación Venere degli Stracci (1967) de Michelangelo Pistoletto, o la composición escultórica Oedipus (2003, acero, inoxidable, madera, vidrio, 10 elementos) de Louise Bourgeois, conservada en The Easton Foundation de Nueva York. En una época como la actual, en la que, como escribe Boris Groys, “lo contemporáneo está constituido por la duda, la vacilación, la falta de certeza y la indecisión”, en definitiva, “por una demora”,5 la exposición Eros de Stefano Bonacci (Perugia, 1971) — la segunda individual del artista en la galería Lucía Mendoza de Madrid — vuelve a poner la poética del mito en el centro de un discurso artístico personal y muy sugerente. Y lo hace, como es habitual en el planteamiento creativo de este artista italiano, a través de un lenguaje plástico libre y de gran coherencia. Combinando la técnica creativa del ready made con la manipulación de la materia prima; ensamblando e incorporando materiales naturales y materiales artificiales, objetos ya existentes y objetos creados ex novo, Bonacci parece casi seguir al pie de la letra el postulado camusiano, volviendo a animar, una vez más, el mito de Afrodita y Eros a través de su imaginación y su típico modus operandi. Diosa de la mitología grecorromana asociada a la fertilidad, el nacimiento, el amor y la ternura, como contrarresto de la guerra y la brutalidad, Afrodita, también conocida con el nombre romano de Venus, nació, según Hesíodo, de la espuma del mar fecundado por Urano. Según Homero, es hija de Zeus, el más poderoso de los dioses griegos y rey del 5 Boris Groys, Volverse público, Buenos Aires, Caja Negra, 2014. 4 Panteón Olímpico. De la unión de Afrodita con Anquises nació el héroe troyano Eneas, mencionado con un papel secundario en la Ilíada de Homero. En la Eneida de Virgilio, en cambio, Enea protagoniza un mítico viaje desde Troya hasta el litoral itálico del Lacio. Su hijo Ascanio fundó la estirpe de la que descendió Rea Silvia, la madre de Romolo y Remo, los fundadores de Roma. Según otro cuento, de la unión de Afrodita con Ares (el dios de la guerra, también conocido como Marte en la mitología romana) nació Eros (o Cupido, para los romanos). El mito de Eros se asocia al principio amoroso y suele estar representado como un niño alado, o un hermoso adolescente acompañando siempre a su madre. Según la iconografía clásica, sus atributos principales son el carcaj y las flechas (las de oro producen el amor y las de plomo el odio). Como personaje secundario Eros participa en muchas historias mitológicas. Sin embargo, hay una en particular en la que es el protagonista absoluto: la fábula de Eros y Psique, contada por Apuleyo en su obra más conocida, El asno de oro (o Metamorfosis), la única novela de época romana que haya sobrevivido de forma completa hasta nuestros días. En esta nueva cita madrileña, Stefano Bonacci nos presenta ahora un conjunto de cerca de treinta obras, la mayoría de las cuales de reciente y recientísima producción, que redescubren y revisan el mito de Afrodita y Eros, reformulándolo a través del característico lenguaje formal del artista italiano. Algunas de estas obras ya se pudieron admirar en su muestra anterior, Still Life (comisariada por Gianluca Poldi y Lorenzo Fiorucci), un importante proyecto personal que el artista presentó en 2019 en el Centro Cultural Giuseppe Verdi en Segrate (Milán, Italia). En aquella ocasión el artista transformó el espacio expositivo en una especie de wunderkammer renacentista, fusionando de manera orgánica la espontaneidad de la naturaleza con el orden racional de la geometría y proponiendo al espectador, como viene haciendo desde el principio de su trayectoria artística, un extraordinario dialogo ideal entre las raíces de nuestro pasado, la vaguedad borrosa del presente y la imprevisibilidad del futuro. En palabras de Bonacci, “el tiempo presente nos coloca hoy frente a un muro aparentemente infranqueable. Al pie del muro, el arte impulsado por el deseo vuela armado con un arco y flechas, como un Eros alado, buscando el bien y la belleza”. A partir de esta premisa poética y estética, Bonacci, con sus pequeñas formas misteriosas y sugestivas, y como ya pudimos apreciar en su anterior personal madrileña, La distancia necesaria (que también tuvo lugar en la galería Lucía Mendoza, repasando los 5 últimos quince años de su trayectoria artística, 2000-2015) nos invita a adentrarnos en una dimensión ideal otra, casi metafísica, donde el ruido de la actualidad no tiene cabida y los eventos superficiales, anecdóticos, del presente quedan totalmente excluidos. En esta nueva propuesta creativa, Bonacci nos desvela unas formas atemporales, a la vez reconocibles e indescifrables, que tratan de conectar con la profundidad del espíritu humano, buscando en el presente algo indisoluble y sempiterno. Frente a sus obras, el tiempo parece expandirse poco a poco, hasta abarcar de manera armónica la universalidad de la condición existencial humana. En este sentido, sus formas extrañas y ancestrales — al igual que los mitos — nos aparecen familiares, pero son al mismo tiempo inaccesibles. En ellas podemos reconocer claras referencias a algunos de los movimientos artísticos que más influyeron en la formación artística de Bonacci y en el desarrollo de su personal gramática estética. Entre otros movimientos y corrientes artísticas que siempre han estado ahí, desde los comienzos de su trayectoria, y que aún siguen inspirando su trabajo y su oficio, cabe destacar el surrealismo, el dadaísmo, la escultura biomórfica de Hans Arp (con su combinación de automatismo y técnicas oníricas) o la pintura metafísica, declinada tanto en su vertiente “fantasmática” (defendida por Giorgio De Chirico y su hermano Alberto Savinio, pseudónimo de Andrea de Chirico, con su complejo universo de maniquíes, personajes mitológicos, edificios enigmáticos, espacios vacíos, sombras irreales, estatuas clásicas etc.) como en su vertiente “cézannista” (representada in primis por Giorgio Morandi y sus icónicas naturalezas muertas escenográficas). Las obras que conforman la exposición Eros están realizadas principalmente en terracota y yeso, pero también con otros materiales, como hierro, plomo o latón. Varias de las esculturas han sido creadas por Bonacci con métodos escultóricos tradicionales, casi primordiales, moldeando manualmente la arcilla y los otros materiales plásticos. La experiencia creativa, en este sentido, ha sido para el artista una experiencia totalmente placentera, tanto a nivel físico, en cuanto experiencia sensual de tipo táctil, como a nivel intelectual y estético, en cuanto fruto de la intención de transformar conscientemente la materia y llegar a crear – de manera casi demiúrgica – formas artificiales, gozando racionalmente del acto creativo y de la belleza que a través de él se genera. En palabras de Bonacci, “modelar y trabajar el material con sus propias manos es, para una artista, un aspecto que le acerca a la figura mitológica de Eros”. 6 La exposición incluye también a una serie de collages que nunca se han expuesto anteriormente. Estas pequeñas joyas, realizadas en 2019 expresamente para esta muestra, se han creado superponiendo unos fragmentos de reproducciones de estampas de pinturas de temas mitológicos de Tiziano, Tiepolo, Bellini y Paolo Veronese a unas imágenes antiguas en blanco y negro de paisajes italianos, sacadas de catálogos de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. El tema central de la muestra y los títulos de las obras expuestas hacen referencia a Afrodita y Eros ora de manera explícita, ora de manera más indirecta, como en el caso de la serie Cipressi (Cipreses, 2019), donde las formas esbeltas y tendidas hacia arriba de los arboles en cerámica, además de evocar las formas eróticas masculinas, aluden a la madera del ciprés con la que se fabricó, según el mito, el arco de Eros. La que Stefano Bonacci nos propone en esta exposición es, en definitiva, una deformación (por usar la definición de Barthes) libre y poética de la realidad. Es decir, una experiencia de alcance universal donde las voces del pasado arcaico, evocadas a través de la tradición del mito, resuenan en los arquetipos arraigados en el fondo de nuestro subconsciente. Al igual que los mitos, las formas artísticas de Bonacci aparecen como formas naturalizadas, que no hacen guiños a la actualidad de la historia o al espectador y su contexto real. Simplemente, están hechas para ser vividas y sentidas, que no entendidas. Son formas, de hecho, tan llenas de significado como carentes de explicación. Como ya contó él mismo, en una entrevista que le hice en 2015 (y que se publicó en el catálogo editado por la galería Lucía Mendoza con ocasión de la ya mencionada personal La distancia necesaria), para Bonacci “la obra de arte es como un espejo que refleja de manera anómala la realidad. A través del arte vemos nuevos mundos, experimentamos la posibilidad de habitarlos y a veces somos arrebatados por ellos, irremediablemente y definitivamente”. 6 Ese mismo reflejo anómalo, esa deformación poética de la realidad – que tanto el arte como el mito son capaces de generar – es precisamente lo que hace que ciertos significados a-históricos y ciertos paradigmas 6 Stefano Bonacci, La distancia necesaria, Catálogo de la exposición, Lucía Mendoza Galería de Arte, Madrid, 2015. 7 universales sigan perdurando a lo largo de los siglos, siendo continuamente animados, escuchados y reinterpretados.


(Testo critico pubblicato nel catalogo della mostra personale di Stefano Bonacci "Eros", Galleria Lucia Mendoza Madrid, 2020)